Para Pedro Consuegra (25 años), las sopas de letras y los números ya no tienen ningún secreto. Tras cursar un programa de talento digital de la Fundación Once, acaba de dar el pistoletazo de salida a su carrera laboral. “Me han contratado como programador en Cabify. Es como si para mí se abriera otra puerta para crecer”, apunta ilusionado. Su discapacidad física, la fibrosis quística, no le ha impedido encontrar un empleo que le permita dar voz a una de sus pasiones más grandes: las matemáticas. “Dentro de mi grupo de amigos que tienen mis mismos problemas de salud, ninguno nos conformaríamos con trabajar en cualquier cosa. En los años en los que vivamos, la prioridad es disfrutar cada día”, agrega.
En España, más de 145.000 jóvenes con discapacidad entre 16 y 29 años aspiran a labrarse un futuro en igualdad de condiciones al resto de la población. El empleo representa la palanca fundamental para garantizar independencia económica, normalizar su vida y hacer efectiva su participación en todas las esferas sociales. La pandemia socavó sus expectativas, sin embargo, la superación de la crisis les ha brindado nuevos horizontes y ahora son más conscientes que nunca de su potencial para aportar talento en una compañía, señala Francisco Mesonero, director general de la Fundación Adecco. “Ya no consideran el empleo como una limosna, sino como un derecho adquirido con el que contribuir a la sociedad con sus capacidades”, añade.
Según una reciente encuesta de la fundación, si el año pasado casi la mitad de los menores de 30 años con discapacidad buscaba un empleo de lo que fuera, actualmente un 86% quiere trabajar en una posición concreta. El empleo constituye la principal preocupación de futuro para cuatro de cada cinco encuestados, seguido de formar una familia y encontrar una vivienda.
La covid no ha entorpecido los planes de Maika Hidalgo (24 años), que una vez acabado el grado en Educación Social de la UNED desea asistir a las mujeres víctimas de violencia de género. “Quiero empoderar a las personas independientemente de su situación, ya que en el día a día desde que nací siempre he tenido que mostrar una fortaleza extra para hacer cualquier cosa”, cuenta. Hidalgo sufre de una parálisis cerebral infantil que la obliga a desplazarse con una silla de ruedas eléctrica. Un inconveniente para el desarrollo de su carrera profesional. “Las casas de acogida para las mujeres maltratadas son muchas veces inaccesibles por las barreras arquitectónicas. No sé cómo podré adecuarme al sector”, revela.
Los jóvenes con discapacidad tienen que abordar un panorama laboral cuesta arriba. La Fundación Once así lo demuestra: si bien cuentan con una tasa de actividad similar al conjunto del colectivo de personas con discapacidad, un 33,4%, tienen que lidiar con una bajísima tasa de empleo (17%) y un nivel de paro insostenible (49%). Además, quienes logran un empleo apenas alcanzan un salario bruto anual de 13.657 euros, hasta casi 7.000 euros menos que la media de las personas con discapacidad de todas las edades (ya de por sí un 16% más bajo que el de los empleados sin discapacidad).
Dentro del colectivo, el camino no es igual para todos. Las personas con discapacidad intelectual necesitan de una mayor acción política y social para incorporarse al trabajo. “Se enfrentan a un mayor prejuicio porque tienen menos visibilidad. Esa dificultad estriba en la visión paternalista que hemos tenido al respecto. Tenemos que adaptar los puestos de trabajo a la discapacidad, no viceversa”, advierten desde la secretaría de Políticas Sociales de UGT.
Aunque el tipo de discapacidad con mayor presencia es la física, las psíquicas y mentales cobran mayor protagonismo entre los jóvenes, asegura Sabina Lobato, directora de formación y empleo de la Fundación Once. Andrea Gómez (21 años) no oculta sus dificultades de aprendizaje. Al acabar la ESO, la Fundación A la Par la enseñó a manejar el ordenador y la guio en su formación. Desde hace seis meses trabaja como auxiliar administrativo en Acerinox, donde se encarga de la digitalización de los documentos. “Al principio, me costaba controlar los nervios y también socializar, porque era mi primer trabajo. Pero luego fui cogiendo más fluidez”, apunta.
A pesar de las dificultades, el mercado laboral refleja que la inclusión de las personas con discapacidad está teniendo éxito. En 2021, el número de contratos del colectivo aumentó un 24% con respecto al año anterior, según el Servicio Público de Empleo Estatal (SEPE). Y es precisamente entre los menores de 25 años donde más se ha percibido ese incremento (33%), aunque suman menos de un 8% de la contratación total.
Este año se cumplen cuatro décadas de la aprobación de la Ley General de Derechos de las Personas con Discapacidad y de su Inclusión Social (la antigua LISMI), que exige a las empresas de más de 50 trabajadores incorporar al menos un 2% de profesionales con discapacidad. Aunque según los sindicatos no existen datos para comprobar cuántas compañías cumplen la cuota, la normativa ha proporcionado mayor visibilidad de este colectivo en el ámbito empresarial. “Muchas firmas han entendido que son más competitivas si apuestan por el talento sin etiquetas. Se han dado cuenta de que la mejora del clima laboral y el orgullo de pertenencia de los empleados se basa en saber gestionar la diversidad”, indica Mesonero.
Aun así, varios organismos que apoyan a las personas con discapacidad hacen un llamamiento a no bajar la guardia en cuanto al trabajo de concienciación en las empresas. Del total de personas contratadas en España en 2021, solo el 2% tenían alguna discapacidad, cuando el colectivo representa más del 6% de la población en edad laboral (de 16 a 64 años). “Estas cifras nos deben hacer reflexionar sobre el camino que queda por recorrer para que las empresas sean realmente un reflejo de la sociedad”, dice Lobato.
Eliminar el estigma todavía es una batalla abierta. “A menudo se fijan solo en tu grado de discapacidad y ni te llaman para comprobar las limitaciones reales que tienes para desarrollar el trabajo”, anota Hidalgo, que cuando solicitó hacer prácticas la rechazaron en un par de puestos porque la oficina no era accesible. Le falta un año para acabar la carrera y no se rinde: “No pienso tirar la toalla. No dejo de luchar para trabajar en lo que me gusta. Necesito un trabajo cuanto antes para poder independizarme, pero quiero especializarme en mi sector”, afirma.
La mayoría de los empleados con discapacidad trabajan en el sector servicios (80%). Dentro de ese, hay actividades que tienen un volumen de contratación muy importante, como mantenimiento de edificios y jardinería, las administrativas de oficina y las de servicios sociales sin alojamiento, que absorben un 17% de los nuevos contratos del colectivo en 2021, según el SEPE. “Son profesiones donde las personas con discapacidad tienen una presencia importante históricamente. Muchas veces las oportunidades de empleo están vinculadas a las entidades sociales de discapacidad. Además, esas personas suelen tener un menor nivel de estudios, lo que dificulta su incorporación”, indica Josefa Torres Martínez, secretaria de la Comisión de Inclusión Laboral del Cermi. De hecho, un 37% de la población española cuenta con estudios superiores, pero dentro del colectivo este porcentaje se reduce a la mitad.
La fuerte terciarización del mercado laboral, aún más acusada entre las personas con discapacidad, no debe cerrar la puerta a un posible cambio de tendencia. “Es cierto que en función del tipo de discapacidad puede haber algunas limitaciones en el desarrollo de ciertas profesiones. ¿Pero qué más da si un trabajador de software está en una silla de ruedas?”, se pregunta Mónica Pérez, directora de Comunicación y Estudios de InfoJobs. En ello coincide la joven Malka Hidalgo: “No se puede concebir que lleguemos a un sitio y que nos digan que no están preparados para nosotros. Hace falta mucha más presencia de nuestro colectivo en todos los ámbitos de la vida”.
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